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lunes, 19 de agosto de 2013

Una reflexión, con humildad


La larga vida y las proporciones de las descomunales secuoyas nos invitan a meditar con humildad sobre nuestra existencia en esta tierra.


Una de las mejores maneras de fomentar el amor por la naturaleza es la de promover en las almas admiración por las diversas maravillas puestas por Dios, tanto en el reino mineral, como en el vegetal y animal.

Y, a pesar de que somos tal vez más fácilmente atraídos a observar la agilidad de las ardillas o la destreza de los colibríes, el reino vegetal, en su inmovilidad serena, no deja de tener atractivos extraordinarios. Este es el caso de las secuoyas, grandes gigantes de la creación, que viven en las verdes ondulaciones de la Costa Occidental de mi país.

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Las secuoyas (sequoia semperviens) son los árboles más altos de la tierra. No son raros los especímenes que superan los 100 metros. En el Parque Nacional de Reedwod, en California, hay un ejemplar llamado Hyperion, que llega a la increíble altura de 115,55 metros. No se conoce otro ser vivo con tal estatura.

Parientes próximos de ellos son las sequoiadendron giganteum, también conocidas como “secuoya gigante”. No llegan a la altura de sus “primos”, pero las superan en volumen. Un majestuoso ejemplar de esta especie fue bautizado como General Sherman. Situado en el Parque Nacional de la Secuoya, también en California, es considerado el mayor ser vivo en la actualidad. Mide 83,8 metros de altura y 12 metros de diámetro en la base, tiene 1.486 metros cúbicos de volumen y un peso estimado en más de 1.000 toneladas.

Curiosamente, la reproducción de las secuoyas se ve favorecida por los incendios forestales. Las llamas consumen las plantas más pequeñas, pero no pueden destruir estos árboles gigantes, a causa de la gruesa corteza que les protege y que ¡puede alcanzar hasta 60 centímetros! El fuego conduce a lo alto de las ramas masas de aire sobrecalentado, este aire seco hace abrirse a los conos donde están las semillas, esparciéndolas en grandes cantidades en el suelo cubierto de cenizas. Libres, así, de competidores que le disputen la luz del sol, ellas crecen y se multiplican.

Pero, si el impresionante tamaño de las secuoyas causan tanto asombro, no es menos impresionante su longevidad. La mencionada General Sherman tiene una edad estimada en más de 2.500 años. Y no es la más antigua. En base a la dendrocronología, los expertos han encontrado ejemplares de más de 3.200 años.

Así que muchos de estos árboles ya eran multiseculares cuando Nuestro Redentor andaba por los caminos de Galilea. ¡Ningún imperio o reino humano ha sido capaz de superarlas en longevidad!

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El hombre tiene un alma eterna, pero, con respecto a la existencia material, las plácidas y estables secuoyas nos causan admiración. Y nuestra humanidad, que tan a menudo sucumbe a las seducciones del orgullo, se siente pequeña delante de estas simples plantas, que nos invitan a meditar, con humildad.


P. Michael Carlson, Revista Heraldos del Evangelio Nº 63


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