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viernes, 9 de diciembre de 2011

“La mujer vestida de sol” además de representar a la Virgen, representa también a la Iglesia

Nos encontramos con unas apreciables palabras de Benedicto XVI del 8 de diciembre en la Plaza de España, en Roma, en el tradicional acto de veneración a la imagen de la Inmaculada, explicó que el texto del Apocalipsis -que habla de una mujer vestida de sol con la luna a sus pies y una corona de doce estrellas- se refiere tanto a la Virgen como a la Iglesia.

Por una parte, "la mujer del Apocalipsis es María. El símbolo del vestido luminoso expresa claramente una condición que se refiere a todo su ser: Ella es la 'llena de gracia', colmada del amor de Dios".

La luna que tiene bajo los pies simboliza la muerte: "María está plenamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y la muerte. Del mismo modo que la muerte no tiene ningún poder sobre Jesús resucitado, así, por una gracia y un privilegio singulares de Dios Omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, la concepción sin pecado original, que es el misterio que celebramos hoy; y al final, la asunción en alma y cuerpo al Cielo".

La corona de doce estrellas sobre la cabeza de la mujer "representa las doce tribus de Israel, y significa que la Virgen María está en el centro del pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Así, esta imagen nos introduce a la segunda gran interpretación del signo celeste de la 'mujer vestida de sol': además de representar a la Virgen, este signo indica a la Iglesia. Está encinta en el sentido de que lleva a Jesús en su seno, y debe darlo a luz al mundo. Precisamente porque lleva a Jesús, la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario", simbolizado por un dragón que trata de devorar al hijo de la mujer, aunque "en vano, porque Jesús, mediante su muerte y resurrección, ha ascendido hasta Dios. Por eso el dragón, vencido para siempre en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer, la Iglesia, en el desierto del mundo. Pero en todas las épocas, la luz y la fuerza de Dios sostienen a la Iglesia. Y así, a través de todas las pruebas que ha encontrado en el transcurso del tiempo y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecuciones, pero resulta vencedora".

"La única insidia que la Iglesia puede y debe temer es el pecado de sus miembros. Mientras que María es Inmaculada, libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo está marcada por nuestros pecados”

Noten que el Papa hace referencia al “pecado de sus miembros”, con estas palabras podríamos caer en el desacierto de pensar que los miembros son solo el clero, pero en realidad no es así, la Iglesia la conformamos todos los bautizados, tanto el clero como los fieles. Entre los miembros que componen la Iglesia hay una distinción, quien enseña y quien es enseñado, esto es, la Iglesia docente y la Iglesia discente son dos partes distintas de una misma y única Iglesia, como en el cuerpo humano la cabeza es distinta de los otros miembros, y con todo forma con ellos un solo cuerpo. La Iglesia docente la compone todo el clero, es decir, los obispos, con el Romano Pontífice a la cabeza, los presbíteros y diáconos; y la Iglesia discente o enseñada la compone todos los fieles.

Por tanto así como María es Inmaculada, libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero está marcada por los pecados de todos nosotros, quienes enseñan y quienes son enseñados. Al escuchar estas palabras del Santo Padre no podemos quedar excluidos, es necesario aplicarlas para nosotros mismos, si bien que todos somos pecadores, el justo peca siete veces al día dicen las sagradas escrituras, y el que no lo es setenta veces siete diríamos nosotros, sin embargo Nuestro Señor Jesucristo nos invita a la perfección, es decir a la santidad, “Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48), es decir todos hacemos parte de la Iglesia y todos estamos llamados a la santidad y a cumplir nuestra misión de bautizados.

Cuando recibimos el Bautismo somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión, por tanto tenemos un compromiso de vida cristiana, en nuestros actos para con Dios y para con el prójimo, por esta razón es necesario que los católicos, pidamos la ayuda sobrenatural para alcanzar la santidad a la cual fuimos llamados.

El Santo Padre concluye: “Por eso el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo, se dirige a la Madre celeste y pide su ayuda, para que acompañe el camino de la fe, anime el compromiso de la vida cristiana y sostenga la esperanza. Lo necesitamos, sobre todo en este momento tan difícil para Europa y para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver que hay luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad".


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