"He recorrido templos en todo el orbe y definitivamente esta es la iglesia más bonita del mundo"
Fue el otro día, cuando el encargado de guiar a un visitante se introdujo en la nave del templo gótico sin encontrar al que debería ser guiado. Lo busca con la mirada en un sitio, en otro, pero no lo halla.
Entretanto, suave como un murmullo, como el correr de un riachuelo emocionado y delicado, el Heraldo escucha unos casi imperceptibles sollozos. Llevado por ellos encuentra, detrás de una columna, a una señora bañada en lágrimas que al ser ‘descubierta’ le dice con pena y el corazón en la mano: “Discúlpeme. Vea usted, durante 40 años juré que Dios no existía. Y cuando entro a esta iglesia evidencio que sí, que Dios existe…”.
¿Qué produjo la anterior cuasi fulminante conversión?
La gracia sí, ayudada por la sublimidad. Se trata de la Basílica Nuestra Señora de Fátima, de los Heraldos del Evangelio, dedicada en el año 2014, maravilloso templo neogótico ubicado entre los municipios de Cotia y Embu das Artes, en el estado de San Pablo, Brasil.
Decimos neogótico por intentar ubicar en una categoría conocida el estilo. Pero es más que neogótico. Es claro que los arcos ojivales, las bóvedas que tiran hacia lo alto, las torres floridas, los frescos a lo Fra Angelico y demás elementos son particulares de este estilo nacido en la gran Edad Media. Pero realmente la Basílica de Fátima de los Heraldos del Evangelio es más que gótica, es de un trans-gótico, un gótico del más allá. Y lo que más impacta es el colorido. Bien, es el conjunto, pero particularmente el colorido.
Las proporciones de sus tres naves no son gigantescas, son grandes y perfectas, con bóveda central muy hacia lo alto. Pero nuevamente es el color el que ayuda a subir, un color que en esa cúpula central es de un azul no ‘minuit’ ni ‘crepusculaire’, sino entre aguamarina y celeste, con lindas estrellas de oro.
“Du sublime au ridicule il n’y a qu’un pas”: Lo sublime queda a un paso de lo ridículo, repiten los franceses. Es decir, procurar lo sublime -que muchas veces debe tener la característica de lo novedoso, porque lo bello pero común es menos bello- es algo que fascina pero arriesgado: si no se consigue se queda en ridículo y lo ridículo es feo, vergonzoso.
¿Combinar tonos naranjas con azules y con verdes, y con rojos?
Solo Dios, en algunas de sus aves, también en los atardeceres, pero porque es Dios, autor de los colores. Entretanto la Basílica de Nuestra Señora de Fátima de los Heraldos del Evangelio tiene la más magnífica combinación de colores que hayamos visto, llenos de contrastes, armónicos, algunos no tan contrastados sino secuenciales, tal vez con predominancia de los pastel, pero no sólo de ellos. ¿Cómo se consiguió esto? Almas inspiradas, inocentes, bajo la guía de su fundador Monseñor João Clá Dias. Almas inspiradas por Dios.
Las columnas tienen apliques de flores de lys (‘el gótico es florido’ nos dijo nuestro cicerone) y de otras figuras. Los vitrales son también muy floridos, salvo algunos como el del imponente Carlo Magno al final de la nave derecha. Los frescos representan diversos momentos de la vida del Señor, relacionados con el calendario litúrgico. Pero por todas partes colores, formas sí, pero que casi no son capaces de contener colores, colores que sirven de trasfondo a llamas, a lirios estilizados, a estrellas de diversos tamaños, a frescos también coloridos, colores que impregnan los arcos, las columnas.
Digno de nota es el suelo de la iglesia, de mármoles y otras maravillosas piedras del Brasil, conformando bellas figuras, también muy coloridas, con la propia fuerza del color que emana de la piedra.
El suelo… se nos olvidaba decir que precede la Basílica, el patio tal vez -y también- más bello del mundo… A la Basílica se llega pisando con cuidado, con un respeto que introduce el espíritu en otra clave; antes del atrio es este patio maravilloso el que prepara el alma para encontrarse con Jesús sacramentado.
Jesús sacramentado. La capilla del Santísimo Sacramento, detrás del presbiterio está llena de luz y paz. El fondo de la pared es blanco, blanco de resurrección y feliz y serena quietud, con toques de llamas doradas. Encima del altar, un retablo gótico realizado igualmente con las maravillosas piedras del Brasil, en el que se incrusta un inédito sagrario, también en el magnífico estilo de los Heraldos del Evangelio. Aunque el Santísimo Sacramento no esté expuesto, lo que sí ocurre con frecuencia, el deseo que surge espontáneo es de arrodillarse y rezar, rezar, meditar, dejarse purificar por la atmósfera sobrenatural. Particularmente bellas son allí las fuertes puntas de arcos góticos que como lluvia de gracias caen sobre los adoradores.
Cada detalle en la Basílica fue realizado con esmero. Eso se percibe por ejemplo en las figuras decorativas que se sobreponen a los tonos plata y bronce de ciertos arcos. Pero realmente los detalles están en todo.
Fue maravilloso llegar a la Basílica. Fue maravilloso estar en ella por espacio de casi tres horas. Fue una bendición rezar el rosario en el patio de entrada mientras iba cayendo el sol, en un límpido atardecer que podíamos contemplar casi en 360 grados.
Fue maravilloso rezar en la Basílica, y luego adorar al Jesús Hostia en la capilla del Santísimo. Fue en extremo amable nuestro Heraldo guía. Fue maravillosa la eucaristía a la que pudimos asistir, con todo el ceremonial característico de los Heraldos del Evangelio, con sus voces, que en ese ambiente parecían de ángeles. Fue doloroso partir, pero se iba haciendo tarde.
Con la ayuda de la Virgen volveremos, al tal vez más sacral y sublime templo del mundo.
Bella como toda obra de los Heraldos.
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