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domingo, 2 de julio de 2017

Jesús, verdad y división


Salió el sembrador a sembrar su semilla” (Lc 8, 5). El campo somos nosotros, esos corazones donde la mano de Dios echa amorosamente la semilla de la gracia, con la esperanza de ver en ellos fructificar la virtud en abundancia de buenas obras. No obstante, esos corazones reciben de formas muy diferentes esas semillas: unos, como tierra pisada; otros, como abrojos; otros aún, como piedras; y sólo una parte, como tierra buena (cf. Lc 8, 5-8).

Además, Jesús nos explica que el divino Agricultor no se encuentra a solas labrando el campo. Muchos otros, junto con Él, también están sembrando: unos, el trigo verdadero; y otros, la cizaña. Así, en una misma porción de tierra, ambos son sembrados juntos, crecen juntos e incluso son segados juntos... pero, en una fracción de instante, son bruscamente separados: la cizaña es quemada y el trigo, recolectado (cf. Mt 13, 24-30).

¿Por qué? Porque Dios ama la justicia y odia la iniquidad (cf. Heb 1, 9), y “no descansará el cetro de los malvados sobre el lote de los justos” (Sal 124, 3).

¿Cuándo será la cosecha? En el momento en que la humanidad menos se lo espere, pues “el Día del Señor llegará como un ladrón” (1 Tes 5, 2); cuando ella, en su prepotencia, piense que puede impunemente levantar su brazo contra Dios, “entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina” (1 Tes 5, 3). Para ello bastará un instante, pues Satanás cayó del Cielo “como un rayo” (Lc 10, 18); así también “el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas” (Lc 17, 31).

¿Quién obrará la siega y la posterior separación? El mismo Dios, todopoderoso, el cual, aunque mande “la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 45), premia a los buenos y castiga a los malos (cf. Mt 25, 46), y separará a unos de los otros por el ministerio de sus santos ángeles (cf. Mt 13, 49). Por eso el divino Maestro, que es “el Camino y la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), afirma que no vino a traer la paz, sino la división (cf. Lc 12, 51), de modo que “estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12, 52).

Finalmente, ¿cómo será separada la cizaña del trigo? Presentándose la Verdad. En efecto, ella esclarece, revela y divide; une, fortalece y salva a los buenos, pero desenmascara, confunde y disipa a los malos. La Verdad es como la luz: ante ella no resiste la maldad, como tampoco las tinieblas logran vencer a la claridad. Lo Absoluto define, y Dios juzga. El destino eterno se decide en función de la opción que cada uno hace ante la Verdad.

Esto explica las persecuciones, los martirios y las bienaventuranzas, porque “de la misma manera persiguieron a los profetas” (Mt 5, 12), y “si a mí me han perseguido —dice Jesús—, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 20). Así, persiguiendo a Dios en sus hijos, cumplen “las palabras de los profetas que se leen los sábados” (Hch 13, 27), a menudo sin darse cuenta siquiera de ello.
Por consiguiente, la victoria de Dios es cuestión de tiempo, ¡y poco! Lo importante es permanecer en Él, para que “tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados” (1 Jn 2, 28) cuando venga.


Fuente: Editorial de la Revista Heraldos del Evangelio N°168- Julio/2017

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