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sábado, 31 de diciembre de 2011

Benedicto XVI: "Con el espíritu lleno de agradecimiento, nos preparamos para cruzar el umbral de 2012"

Vaticano, 31 de Diciembre de 2011 (Heraldos Info).- Su Santidad Benedicto XVI celebró la útlima Misa del 2011 en la Basílica de San Pedro con espíritu de oración y de agradecimiento por el año que acabó e instando a confiar en el Señor, quien nos observa y cuida de nosotros:

"Otro año llega a su término, mientras que, con la inquietud, los deseos y las esperanzas de siempre, aguardamos uno nuevo. Con el espíritu lleno de agradecimiento, nos preparamos para cruzar el umbral de 2012, recordando que el Señor nos observa y cuida de nosotros".

Inmediatamente después de la Misa, el pontífice se quitó las vestimentas litúrgicas, se puso un sobretodo blanco y recorrió la Plaza de San Pedro en el papamóvil, para sorpresa de numerosos fieles.
Descendió del vehículo y caminó con rapidez hacia el Nacimiento que está instalado en la propia Plaza San Pedro, se arrodilló y rezó en silencio. Luego se dirigió a pie hacia un contingente de la banda musical de la Guardia Suiza, que interpretó "Noche de paz" y otras canciones navideñas.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Mensaje de Navidad del Santo Padre Benedicto XVI


BENEDICTO XVI
MENSAJE URBI ET ORBI
Navidad, 25 de diciembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero

Cristo nos ha nacido. Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres que él ama. Que llegue a todos el eco del anuncio de Belén, que la Iglesia católica hace resonar en todos los continentes, más allá de todo confín de nacionalidad, lengua y cultura. El Hijo de la Virgen María ha nacido para todos, es el Salvador de todos.

Así lo invoca una antigua antífona litúrgica: «Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro». Veni ad salvandum nos. Este es el clamor del hombre de todos los tiempos, que siente no saber superar por sí solo las dificultades y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él desde lo alto. Queridos hermanos y hermanas, esta mano es Cristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor (cf.Sal 40,3).

Sí, esto significa el nombre de aquel niño, el nombre que, por voluntad de Dios, le dieron María y José: se llama Jesús, que significa «Salvador» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31). Él fue enviado por Dios Padre para salvarnos sobre todo del mal profundo arraigado en el hombre y en la historia: ese mal de la separación de Dios, del orgullo presuntuoso de actuar por sí solo, del ponerse en concurrencia con Dios y ocupar su puesto, del decidir lo que es bueno y es malo, del ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7). Este es el gran mal, el gran pecado, del cual nosotros los hombres no podemos salvarnos si no es encomendándonos a la ayuda de Dios, si no es implorándole: «Veni ad salvandum nos - Ven a salvarnos».

Ya el mero hecho de esta súplica al cielo nos pone en la posición justa, nos adentra en la verdad de nosotros mismos: nosotros, en efecto, somos los que clamaron a Dios y han sido salvados (cf. Est10,3f [griego]). Dios es el Salvador, nosotros, los que estamos en peligro. Él es el médico, nosotros, los enfermos. Reconocerlo es el primer paso hacia la salvación, hacia la salida del laberinto en el que nosotros mismos nos encerramos con nuestro orgullo. Levantar los ojos al cielo, extender las manos e invocar ayuda, es la vía de salida, siempre y cuando haya Alguien que escucha, y que pueda venir en nuestro auxilio.

Jesucristo es la prueba de que Dios ha escuchado nuestro clamor. Y, no sólo. Dios tiene un amor tan fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí mismo, que sale de sí mismo y viene entre nosotros, compartiendo nuestra condición hasta el final (cf. Ex 3,7-12). La respuesta que Dios ha dado en Jesús al clamor del hombre supera infinitamente nuestras expectativas, llegando a una solidaridad tal, que no puede ser sólo humana, sino divina. Sólo el Dios que es amor y el amor que es Dios podía optar por salvarnos por esta vía, que es sin duda la más larga, pero es la que respeta su verdad y la nuestra: la vía de la reconciliación, el diálogo y la colaboración.

Por tanto, queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo, dirijámonos en esta Navidad 2011 al Niño de Belén, al Hijo de la Virgen María, y digamos: «Ven a salvarnos». Lo reiteramos unidos espiritualmente tantas personas que viven situaciones difíciles, y haciéndonos voz de los que no tienen voz.

Invoquemos juntos el auxilio divino para los pueblos del Cuerno de África, que sufren a causa del hambre y la carestía, a veces agravada por un persistente estado de inseguridad. Que la comunidad internacional no haga faltar su ayuda a los muchos prófugos de esta región, duramente probados en su dignidad.

Que el Señor conceda consuelo a la población del sureste asiático, especialmente de Tailandia y Filipinas, que se encuentran aún en grave situación de dificultad a causa de las recientes inundaciones.

Y que socorra a la humanidad afligida por tantos conflictos que todavía hoy ensangrientan el planeta. Él, que es el Príncipe de la paz, conceda la paz y la estabilidad a la Tierra en la que ha decidido entrar en el mundo, alentando a la reanudación del diálogo entre israelíes y palestinos. Que haga cesar la violencia en Siria, donde ya se ha derramado tanta sangre. Que favorezca la plena reconciliación y la estabilidad en Irak y Afganistán. Que dé un renovado vigor a la construcción del bien común en todos los sectores de la sociedad en los países del norte de África y Oriente Medio.

Que el nacimiento del Salvador afiance las perspectivas de diálogo y la colaboración en Myanmar, en la búsqueda de soluciones compartidas. Que nacimiento del Redentor asegure estabilidad política en los países de la región africana de los Grandes Lagos y fortaleza el compromiso de los habitantes de Sudán del Sur para proteger los derechos de todos los ciudadanos.

Queridos hermanos y hermanas, volvamos la vista a la gruta de Belén: el niño que contemplamos es nuestra salvación. Él ha traído al mundo un mensaje universal de reconciliación y de paz. Abrámosle nuestros corazones, démosle la bienvenida en nuestras vidas. Repitámosle con confianza y esperanza: «Veni ad salvandum nos».

sábado, 24 de diciembre de 2011

Homilía del Papa Benedicto XVI en la Misa del Gallo 2011




Si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios.

Queridos hermanos y hermanas: La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo Apóstol a Tito, comienza solemnemente con la palabra apparuit, que también encontramos en la lectura de la Misa de la aurora: apparuit – ha aparecido. Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad.

Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos (cf. Hb 1,1: Lectura de la Misa del día). Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras.

Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido? ¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3,4). Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.

En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s).

No sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte, Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro. Un niño, en toda su debilidad, es Dios poderoso. Un niño, en toda su indigencia y dependencia, es Padre perpetuo. Y la paz será «sin límites». El profeta se había referido antes a esto hablando de «una luz grande» y, a propósito de la paz venidera, había dicho que la vara del opresor, la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serían pasto del fuego (cf. Is 9,1.3-4). Dios se ha manifestado. Lo ha hecho como niño. Precisamente así se contrapone a toda violencia y lleva un mensaje que es paz.

En este momento en que el mundo está constantemente amenazado por la violencia en muchos lugares y de diversas maneras; en el que siempre hay de nuevo varas del opresor y túnicas ensan-grentadas, clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro.

La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199: Fonti Francescane, 787). Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.). Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva.

Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón. Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro amor.

La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz. Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que estaba entre el buey y la mula (cf. 1 Celano, 85: Fonti, 469). Posteriormente, sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los animales comían paja, los hombres pudieran ahora recibir, para la salvación del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata Celano (cf. 1 Celano, 87: Fonti, 471). En la Noche santa de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf. 1 Celano, 85 y 86: Fonti, 469 y 470). Precisamente el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea la verdadera fiesta.

Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse. Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios.

Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo. Y pidamos también en esta hora ante todo por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor, en la condición de emigrantes, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios; para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo, ha querido traer al mundo. Amén.

La agenda del Papa para esta Navidad prevé 7 grandes ceremonías

Actividad Navideña de los Heraldos del Evangelio en Quito (Vídeo)

jueves, 22 de diciembre de 2011

Parroquia Ntra. Señora de Fátima confiada al Padre Ricardo del Campo EP

Quito, 22 de Diciembre de 2011 (Heraldos Info).- Tras el sensible fallecimiento del padre Fernando Rea, el arzobispo de Quito, Mons. Fausto Trávez,  consideró oportuno pedir al padre Ricardo del Campo, de los Heraldos del Evangelio, que se encargue temporalmente de la parroquia Nuestra Señora de Fátima; en la Misa de cuerpo presente el arzobispo lo anunció públicamente.

El P. Ricardo es actualmente Administrador Parroquial. Este cargo es transitorio, hasta el nombramiento de un nuevo párroco.

La parroquia Nuestra Señora de Fátima hace parte de la zona pastoral cuatro, que corresponde a la parte centro-oriental de Quito moderno. La iglesia matriz fue construida hace más de dos décadas y está ubicada en Av. Eloy Alfaro y Portugal. La parroquia cuenta con un nutrido grupo de movimientos de apostolado.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

El árbol de Navidad

Es común que alrededor de la fiesta donde recordamos el Nacimiento del Salvador, aparecen muchas  cosas que nos llama la atención, puede ser ceremonias, tradiciones, costumbre, festejos, etc. En medio de esto encontramos también objetos que simbolizan en algún aspecto el festejo que realizamos, entre ellos está el ya muy famoso árbol de Navidad.

Hace poco me preguntaban qué relación tiene el árbol de navidad con el Nacimiento del Niño Dios. Si nos ponemos a analizar rápidamente no tendría una cosa relación con la otra, sin embargo es un símbolo y como símbolo es un objeto que evoca algo, en este caso la navidad. Entre uno de los significado que los católicos le damos es que el árbol de Navidad siempre apunta al cielo, que espiritualmente hablando es para donde aspiramos ir, y su ramaje que siempre es verde nos recuerda la vida, ¿qué vida? la eterna, donde nos encontraremos con aquél que nos redimió y cuyo nacimiento recordamos.

¿De dónde nace este símbolo? Se conoce que en el siglo VIII, San Bonifacio o San Winfrido como también se lo conoce, quien fue obispo e incansable misionero en Alemania, se encontró en estos territorios con muchas tribus paganas y un sinnúmero de cultos idolátricos, entre ellos se topó con un enorme árbol, el legendario roble de Thor (roble del trueno), a quien una tribu germana de la región de Hesse le rendía culto ofreciendo victimas humanas.

En cierta ocasión regresando a esta región, donde ya estaba evangelizando hace algún tiempo, se encuentra con la sorpresa que algunos nativos estaban a punto de sacrificar un grupo de niños; el celoso obispo no dudó en impedir dicha atrocidad; y para demostrar públicamente la falsedad de esos dioses mandó a talar el enorme roble de Thor, bajo el cual se iba a realizar el holocausto. Los sacerdotes paganos le amenazaron con ser fulminado por los rayos del dios del trueno. Sin embargo, derrumbado el árbol, nada sucedió. Después de este episodio muchos paganos se arrepintieron, y pidieron el sacramento del bautismo.

Los germanos ya convertidos y junto con San Bonifacio plantaron en el mismo lugar un pino, que por tener sus ramas siempre verdes, quisieron simbolizar el amor perpetuo de Dios y la Vida eterna; lo adornaron con frutos y velas encendidas, para representar a Cristo, la luz del mundo y la Gracia que reciben los hombres que aceptan a Ntro. Señor Jesucristo como Salvador.

Esta costumbre se difundió en Alemania y luego por toda Europa. En los siglos XVIII y XIX se hizo habitual entre la nobleza europea, alcanzando las cortes de Inglaterra, Francia  y Austria, hasta la lejana Rusia. En los días de hoy lo encontramos también en América y por todo el orbe.

El árbol de navidad también lo vemos en el Vaticano. Cada año, diferentes países ofrecen uno al Santo Padre  que es colocado al lado del Portal de Belén en la Plaza de San Pedro.

Hace unos días atrás el Papa Benedicto XVI recibió a una delegación de Ucrania, el país que este año le regaló el árbol de Navidad, y para la ocasión el Santo Padre afirmó que el abeto es un símbolo significativo de la natividad de Cristo "porque con sus ramas siempre verdes recuerda el perdurar de la vida".

El árbol y el Nacimiento, continuó, son “elementos de ese clima característico de Navidad que pertenece al patrimonio espiritual de nuestras comunidades; una atmósfera teñida de religiosidad e intimidad familiar que debemos conservar también en la sociedad actual, en que, a veces, predomina el consumismo y la búsqueda de bienes materiales. La Navidad es una fiesta cristiana y sus símbolos constituyen referencias importantes al gran misterio de la encarnación y el nacimiento de Jesús que la liturgia recuerda constantemente. El Creador del universo, haciéndose niño, vino entre nosotros para compartir nuestro camino; se hizo pequeño para entrar en el corazón del ser humano y renovarlo con su amor. Preparémonos a acogerlo con fe”.

Un punto que siempre es bueno recalcar, es que el árbol de navidad no puede ser un símbolo que reemplace al nacimiento (pesebres o belenes), ya que en éste último, tenemos un signo más evidente de lo que celebramos, es decir el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. El árbol junto con los adornos es apenas un complemento de un gran cuadro, que es la alegría manifiesta por la llegada de Nuestro Salvador. Hoy en día existe muchos símbolos paganos (no-cristianos) que desvían nuestra atención del verdadero sentido de la Navidad. 



lunes, 12 de diciembre de 2011

San Nicolás y papá Noel. La realidad supera la leyenda.

¿Existió Papá Noel? Más temprano o más tarde, todo niño hace esta pregunta. Y los padres pueden responder fácilmente a sus hijos contándoles la bella historia de la vida de San Nicolás

En los centros comerciales frecuentemente, se ve un personaje con traje de colores vivos, despertando la curiosidad general y en los niños, la alegre expectativa de los regalos y las golosinas. 

Es Papá Noel. ¿Cómo nació esta tradición? En realidad, existió una persona mucho más importante que el legendario Papá Noel. Fue San Nicolás, quien falleció como Obispo de Mira, Turquía, en el año 324.

Este gran Santo que va de casa en casa, llevando regalos, para los niños piadosos y que se han portado bien. Narrando a los hijos, la bella vida de este gran Santo, los padres despiertan en las almas infantiles, el sentido de lo maravilloso y estimulan la práctica de la virtud. Con la gran ventaja de que, en este caso, la realidad supera la leyenda. 

Pocos Santos gozan de tanta popularidad, y a muy pocos son atribuidos tantos milagros. De él San Juan Damasceno, hace el siguiente elogio “Todo el universo tiene en ti, un rápido auxilio en las aflicciones, un estimulante en las tristezas, un consuelo en las calamidades, un defensor en las tentaciones, un remedio en las enfermedades".

Nicolás era bastante joven, cuando perdió a sus padres, heredando de ellos una gran fortuna, que le hizo posible practicar la caridad en gran escala.

Un día, conoció a tres jóvenes, que por ser pobres, no encontraban pretendiente para casarse y el padre pretendía encaminarlas hacia una mala vida. Entonces, Nicolás fue por la noche y tiró dentro del cuarto del hombre, una bolsa con monedas de oro. Pocos días después, se casaba la hija mayor. Repitió Nicolás el gesto, y poco después se casaba la segunda hija. En el momento, en que se preparaba para hacerlo por tercera vez, fue descubierto. Saliendo de las sombras donde estaba escondido, el padre se lanzó a los pies de su benefactor, llorando de arrepentimiento y gratitud. Desde entonces, no se cansó de pregonar por todas partes los favores recibidos. 

En otra ocasión, al embarcarse en un navío, informó al comandante que tendrían una violenta tormenta por el camino. El viejo lobo de mar, recibió con irónica sonrisa esa previsión de un simple pasajero. Sin embargo, la tormenta no tardó. 

Era tan terrible, que todos creyeron que había llegado su fin. Sabiendo que un pasajero había previsto lo que estaba ocurriendo, corrieron hacia él pidiéndole ayuda.

Nicolás imploró a Dios y luego cesó la tormenta, se calmó el mar y el sol apareció resplandeciente... Se volvió así, el patrono de los marineros, que lo invocan en los momentos de peligro.

San Buenaventura narra, que en una posada, el dueño había asesinado a dos estudiantes, que se habían apoderado de su dinero. Horrorizado por ese vil crimen, San Nicolás, resucitó a los jóvenes y convirtió al asesino. 

El día en que fue consagrado Obispo de Mira, recién acabada la ceremonia, una mujer se lanzó a sus pies, con un niño en sus brazos, suplicando “¡Dale la vida a mi hijito! El se cayó al fuego y tuvo una muerte horrible. ¡Ten piedad de mí, dale la vida!" Emocionado y compadecido de los dolores de aquella madre, hizo la señal de la cruz, sobre el niño, que resucitó en presencia de todos los fieles presentes en la ceremonia de la consagración.

En algunos países de Europa, es costumbre de las personas cambiar regalos el día de su fiesta, el 6 de Diciembre. A nosotros, también San Nicolás, no dejará de ayudarnos, en nuestras necesidades.

Pidámosle, pues, no sólo bienes materiales, sino sobretodo grandes dones espirituales. Que él obtenga de la Santísima Virgen y de San José, la gracia de que en esta Navidad, haga nacer en nuestras almas, al Niño Jesús —el mayor regalo dado a los hombres—, con el fin de llevarnos a la Patria celestial, para la cual fuimos creados. 

(Revista Heraldos del Evangelio, Dic/2003)

viernes, 9 de diciembre de 2011

“La mujer vestida de sol” además de representar a la Virgen, representa también a la Iglesia

Nos encontramos con unas apreciables palabras de Benedicto XVI del 8 de diciembre en la Plaza de España, en Roma, en el tradicional acto de veneración a la imagen de la Inmaculada, explicó que el texto del Apocalipsis -que habla de una mujer vestida de sol con la luna a sus pies y una corona de doce estrellas- se refiere tanto a la Virgen como a la Iglesia.

Por una parte, "la mujer del Apocalipsis es María. El símbolo del vestido luminoso expresa claramente una condición que se refiere a todo su ser: Ella es la 'llena de gracia', colmada del amor de Dios".

La luna que tiene bajo los pies simboliza la muerte: "María está plenamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y la muerte. Del mismo modo que la muerte no tiene ningún poder sobre Jesús resucitado, así, por una gracia y un privilegio singulares de Dios Omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, la concepción sin pecado original, que es el misterio que celebramos hoy; y al final, la asunción en alma y cuerpo al Cielo".

La corona de doce estrellas sobre la cabeza de la mujer "representa las doce tribus de Israel, y significa que la Virgen María está en el centro del pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Así, esta imagen nos introduce a la segunda gran interpretación del signo celeste de la 'mujer vestida de sol': además de representar a la Virgen, este signo indica a la Iglesia. Está encinta en el sentido de que lleva a Jesús en su seno, y debe darlo a luz al mundo. Precisamente porque lleva a Jesús, la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario", simbolizado por un dragón que trata de devorar al hijo de la mujer, aunque "en vano, porque Jesús, mediante su muerte y resurrección, ha ascendido hasta Dios. Por eso el dragón, vencido para siempre en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer, la Iglesia, en el desierto del mundo. Pero en todas las épocas, la luz y la fuerza de Dios sostienen a la Iglesia. Y así, a través de todas las pruebas que ha encontrado en el transcurso del tiempo y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecuciones, pero resulta vencedora".

"La única insidia que la Iglesia puede y debe temer es el pecado de sus miembros. Mientras que María es Inmaculada, libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo está marcada por nuestros pecados”

Noten que el Papa hace referencia al “pecado de sus miembros”, con estas palabras podríamos caer en el desacierto de pensar que los miembros son solo el clero, pero en realidad no es así, la Iglesia la conformamos todos los bautizados, tanto el clero como los fieles. Entre los miembros que componen la Iglesia hay una distinción, quien enseña y quien es enseñado, esto es, la Iglesia docente y la Iglesia discente son dos partes distintas de una misma y única Iglesia, como en el cuerpo humano la cabeza es distinta de los otros miembros, y con todo forma con ellos un solo cuerpo. La Iglesia docente la compone todo el clero, es decir, los obispos, con el Romano Pontífice a la cabeza, los presbíteros y diáconos; y la Iglesia discente o enseñada la compone todos los fieles.

Por tanto así como María es Inmaculada, libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero está marcada por los pecados de todos nosotros, quienes enseñan y quienes son enseñados. Al escuchar estas palabras del Santo Padre no podemos quedar excluidos, es necesario aplicarlas para nosotros mismos, si bien que todos somos pecadores, el justo peca siete veces al día dicen las sagradas escrituras, y el que no lo es setenta veces siete diríamos nosotros, sin embargo Nuestro Señor Jesucristo nos invita a la perfección, es decir a la santidad, “Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48), es decir todos hacemos parte de la Iglesia y todos estamos llamados a la santidad y a cumplir nuestra misión de bautizados.

Cuando recibimos el Bautismo somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión, por tanto tenemos un compromiso de vida cristiana, en nuestros actos para con Dios y para con el prójimo, por esta razón es necesario que los católicos, pidamos la ayuda sobrenatural para alcanzar la santidad a la cual fuimos llamados.

El Santo Padre concluye: “Por eso el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo, se dirige a la Madre celeste y pide su ayuda, para que acompañe el camino de la fe, anime el compromiso de la vida cristiana y sostenga la esperanza. Lo necesitamos, sobre todo en este momento tan difícil para Europa y para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver que hay luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad".


Heraldos Info

jueves, 8 de diciembre de 2011

La Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María

Solemnidad, Diciembre 8

Martirologio Romano: Solemnidad de la Concepción Inmaculada de la bienaventurada Virgen María, que, realmente llena de gracia y bendita entre las mujeres, en previsión del nacimiento y de la muerte salvífica del Hijo de Dios, desde el mismo primer instante de su Concepción fue preservada de toda culpa original, por singular privilegio de Dios. En este mismo día fue definida, por el papa Pío IX, como verdad dogmática recibida por antigua tradición (1854).



Todo lo que se refiere a la Santísima Virgen María es un maravilloso misterio. Como la primera y más importante de las prerrogativas suyas es su condición de ser Madre de Dios, todo lo que deriva de ello-el caso de ser Inmaculada, por ejemplo- es una consecuencia de su especialísima, impar e irrepetible situación en medio de los hombres.

De hecho, en un tiempo concreto, justo en 1854, el papa Pío IX, de modo solemne y con todo el peso de su autoridad suprema recibida de Jesucristo, afirmó que pertenecía a la fe de la Iglesia Católica que María fue concebida sin pecado original. Lo hizo mediante la bula definitoria Ineffabilis Deus donde se declaraba esa verdad como dogma de fe.

Poco a poco fue descubriéndolo en el andar del tiempo y atendiendo a los progresos de la investigación teológica, al mejor conocimiento de las ciencias escriturísticas, a lo que era realidad viva en el espíritu y vida de los católicos y después de consultado el sentir del episcopado universal.

No es en ningún momento un gesto debido al capricho de los hombres ni a presiones ambientales o conveniencias económicas, políticas o sociales por las que suelen regirse las conductas de los hombres. No; es más bien la fase terminal y vinculante de un largo y complejo proceso en que se va desarrollando desde lo más explicito y directo hasta lo implícito o escondido y siempre al soplo del Espíritu Santo que asiste a la Iglesia por la promesa de Cristo. Por tanto, la definición dogmática no es la creación de una verdad nueva hasta entonces inexistente, sino la confirmación por parte de la autoridad competente de que el dato corresponde al conjunto de la Revelación sobrenatural. Por eso, al ser irreformable ya en adelante, asegura de manera inequívoca las conciencias de los fieles que al profesarla no se equivocan en su asentimiento, sino que están conforme a la verdad.

El libro del Génesis, la Anunciación de Gabriel trasmitida en el tercer evangelio, Belén donde nace el único y universal Redentor, El Calvario que es Redención doliente y el sepulcro vacío como triunfante se hacen unidad para la Inmaculada Concepción.



Los Santos Padres y los teólogos profundizaron en el significado de las palabras pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya reveladas y en los hechos; relacionaron las promesas primeras sobre un futuro Salvador, descendencia de la mujer, que vencería en plenitud al Maligno con aquellas palabras lucanas llena de gracia salidas del ángel Gabriel. Compararon a la Eva, madre primera de humanidad pecadora y necesitada de redención, con María, madre del redentor y de humanidad nueva y redimida. Pensaron en la redención universal y no podían entender que alguien -María- no la necesitara por no tener pecado. Con los datos revelados en la mano se estrujaron sus cabezas para entender la verdad universal del pecado original transmitido a todo humano por generación. Jugaron con las palabras Eva -genesíaca-, y Ave -neotestamentaria-, ambas del único texto sagrado, viendo en el juego maternidad analógica por lo común y lo dispar. Vinieron otros y otros más hablando de la dignidad de María imposible de superar; el mismo pueblo fiel enamorado profesaba la conveniencia en Ella de inmunidad, pero aún quedaban flecos sin atar. Salió algún teólogo geniudo diciendo ¡imposible! y otro sutil, que hilaba muy fino, afirmó que mejor es prevenir que curar la enfermedad para afirmar que la redención sí era universal y María la mejor redimida.

Solucionadas las aparentes contradicciones de los datos revelados que ataban todos los cabos sueltos y comprendido cuanto se puede entender en la proximidad del misterio, sólo quedaba dar la razón de modo solemne a la firme convicción de fieles y pastores en el pueblo de Dios que intuía, bajo el sereno soplo del Espíritu, que por un singular privilegio la omnipotencia, sabiduría y bondad infinitas de Dios habría aplicado, sin saber cómo, los inagotables méritos del Hijo Redentor a su Santísima Madre, haciéndola tan inocente desde el primer instante de su concepción, como lo fue después y para siempre, por haberla amado más que a ninguna otra criatura y ser ello lo más digno por ser la más bella de todo lo que creó. Así lo hizo, aquel 8 de diciembre, el papa Pío IX cuando clarificó para siempre el significado completo de llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.

Mientras los teólogos estudiaban y discutían todos los pormenores, los artistas les tomaron la delantera, sobre todo los españoles Murillo, Ribera, Zurbarán, Valdés Leal y otros; también no españoles como Rubens o Tiepolo. Ponían en sus impresionantes lienzos a la Inmaculada con túnica blanca y manto azul, coronada de doce estrellas, que pisaba con total potestad y triunfo la media luna y la humillada serpiente.



Fuente: http://es.catholic.net/

sábado, 3 de diciembre de 2011

Rvdo. Mons. João Scognamiglio Clá Dias Fundador de los Heraldos del Evangelio

Mons. João Scognamiglio Clá Dias es natural de S. Paulo, Brasil, habiendo nacido el 15 de agosto de 1,939. Sus Padres, Antonio Clá Dias y Annitta Scognamiglo Clá Dias, constituían una familia de inmigrantes europeos (el padre era español, originario de Cádiz y la madre italiana es natural de Roma) en la cual la fe católica heredada de sus mayores era todavía muy viva.

Ese vigor de la fe se manifestó desde temprano en el joven João, ya que desde los bancos escolares procuraba organizar con sus colegas un movimiento para dar a los jóvenes una orientación virtuosa de la existencia. Hizo parte activa de las Congregaciones Marianas y - por invitación de un profesor- ingresó el 23 de mayo de 1,956 en la Orden Tercera del Carmen de los PP. Carmelitas de la antigua observancia, en la misma ciudad de S. Paulo, hecho que le marcó su vida. Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Estatal Roosevelt y de Derecho en la Facultad del Largo de Sao Francisco de S. Paulo. Durante el tiempo de sus estudios superiores se destacó como activo líder universitario católico en los convulsionados años que precedieron la revolución de la Sorbonne en mayo de 1968.

Mons. João S. Clá Dias es Canónigo Honorario de la Basílica Pontificia Santa María Mayor en Roma, y Protonotario Apostólico. Fue graduado en Filosofía y Teología por el Centro Universitario Ítalo-Brasilero de São Paulo; Licenciado en Humanidades por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de República Dominicana; también es Maestro en Derecho Canónico del Pontificio Instituto Superior de Derecho Canónico de Rio de Janeiro.

Su intenso deseo de dedicar la vida al apostolado en la fidelidad al Magisterio de la Cátedra de San Pedro, sumado a la viva conciencia de la necesidad de un profundo conocimiento doctrinal, lo llevó a realizar estudios teológicos tomistas con grandes catedráticos de Salamanca (España) como el P. Arturo Alonso O.P., el P. Marcelino Cabreros de Anta C.M.F., el P. Victorino Rodríguez y Rodríguez O.P., el P. Esteban Gómez O.P., el P. Antonio Royo Marín O.P., el P. Teófilo Urdánoz O.P. y el P. Armando Bandera O.P.; como demostración de profundo agradecimiento con sus maestros, divulgó años después las biografías de varios de ellos con ediciones en España y los Estados Unidos: “Antonio Royo Marín, maestro de espiritualidad, brillante predicador y famoso escritor ”, “P. Cabreros de Anta CMF, firme pilar del Derecho Canónico en nuestro siglo”.

Viendo que la música sería un eficaz medio de evangelización, perfeccionó sus conocimientos con el reconocido maestro Miguel Arqueróns, regente de la Coral Paulistana del Teatro Municipal de São Paulo.

Su anhelo de perfección lo condujo en 1970 a iniciar una experiencia de vida comunitaria en un antiguo inmueble benedictino de São Paulo. De sus primeros compañeros ninguno perseveró. Sin embargo, tras numerosas dificultades, aquella experiencia adquirió solidez, dando origen al movimiento de evangelización dirigido por Mons. João Clá. Se multiplicaron ,a partir del foco originario, casas de vida comunitaria donde sus miembros se dedican a la oración y al estudio, como preparación para la acción evangelizadora. Jurídicamente tomó la forma de una Asociación Privada de Fieles, Heraldos del Evangelio en la diócesis de Campo Limpo (Brasil).

Y como consecuencia de su instalación en otros 20 países fue reconocida por el Pontificio Consejo de Laicos el 22 de febrero de 2001 como una Asociación Internacional de Derecho Pontificio, que hoy extiende sus actividades a 57 países en los cinco continentes. Poco tiempo después el Vicariato de Roma confió a los Heraldos del Evangelio encargarse de la iglesia San Benedetto in Piscínula.

Mons. João Clá Dias es el fundador y actual Presidente General del los Heraldos del Evangelio.

Organizó también la rama femenina de los Heraldos, a la cual aplicó -de manera semejante pero separada de la rama masculina- el ideal de vida comunitaria como medio para alcanzar la santidad y preparase mejor para la misión evangelizadora. De esta rama femenina de los Heraldos, nació más tarde la Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio Regina Virginum que fue erigida canónicamente en la diócesis de Campo Limpo por Mons. Emilio Pignoli y reconocida como Sociedad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio el 4 de Abril de 2009 por S. S. Benedicto XVI.

Para la formación intelectual y doctrinal de los Heraldos del Evangelio Mons. João Clá fundó el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista (IFAT) y el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino, para la rama masculina, y el Instituto Filosófico-Teológico Santa Escolástica para la rama femenina.

El deseo de una mayor entrega al Señor y a los hermanos, llevó a Mons. João Clá a prepararse para el ministerio sacerdotal junto con algunos de sus compañeros. Siendo la Orden del Carmen uno de los remotos orígenes de los Heraldos del Evangelio, Mons. Lucio Angelo Renna prelado carmelitano Obispo de Avezzano (Italia) en su momento, fue quien acogió los primeros sacerdotes de esta Asociación. Todos fueron ordenados presbíteros junto con Mons. João Clá el 15 de junio de 2005 en la Basílica del Carmen donde 50 años atrás éste comenzara sus actividades al servicio de la Iglesia y de sus hermanos. La ceremonia de ordenación fue honrada con la presencia del Cardenal Mons. Claudio Hummes, siete obispos y setenta sacerdotes que concelebraron.

Estos primeros sacerdotes Heraldos constituyeron la Sociedad Clerical de Vida Apostólica de Derecho Pontificio Virgo Flos Carmeli, que fue eririgida por el propio Mons. Renna, Obispo de Avezzano y reconocida como Sociedad Clerical de Vida Apostólica de Derecho Pontificio el 4 de Abril de 2009 por S. S. Benedicto XVI. Actualmente Mons. João Clá, como fundador de Virgo Flos Carmeli, es su superior general.

En el propio ámbito de los Heraldos del Evangelio, Mons. João Clá ha organizado cerca de 50 coros y bandas musicales en los países donde aquellos trabajan. Es regente del Coro y Orquesta Internacional Heraldos del Evangelio que ya ha realizado varias giras musicales por distintos países de Europa y las Américas.

Ha escrito también obras de gran divulgación (algunas llegando a sobrepasar el millón de ejemplares) publicadas en portugués, español, inglés, italiano, francés, polaco y albanés: “Fátima, aurora del tercer milenio”, “Fátima, Por fin mi Inmaculado Corazón Triunfará”, “El Rosario, la oración de la paz”, “Sagrado Corazón de Jesús, tesoro de bondad y amor”, “Medalla Milagrosa, historia y celestial promesa”, “Viacrucis”, “Jacinta y Francisco, predilectos de María”, “Oraciones para el día-día”, “Madre del Buen Consejo”, “Doña Lucilia” y “Comentarios al Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción ”.
Mons. João Clá es actualmente miembro de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino, de la Academia Mariana de Aparecida y de la Pontificia Academia de la Inmaculada Concepción. Fue condecorado por su actividad científica y cultural con la Medalla de Ciencias de México y distinguido con título Honoris Causa por el Centro Cultural Universitario Italo-Brasilero de São Paulo.

Es fundador y columnista habitual de la revista Heraldos del Evangelio que se publica en Portugués, Español, Italiano e Inglés con un tiraje de algo más de 700.000 ejemplares y en la cual mantiene desde el 2002 su sección “Comentarios al Evangelio”. Mons. João Clá también estimuló y apoyó la publicación de la revista académica “Lumen Veritatis” de la Facultad de los Heraldos del Evangelio que salió a luz en octubre de 2007 y de la cual es igualmente columnista habitual.

Para auxiliar obras de apostolados precarios Mons. João Clá creó dentro de la estructura de los Heraldos del Evangelio en Brasil el Fondo de Asistencia “Misericordia” que recolecta donaciones directas.

En el 2005, con su impulso y orientación inició actividades lectivas el Colegio Heraldos del Evangelio Internacional.

La construcción de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario en el Seminario de los Heraldos del Evangelio, ha sido hasta ahora su más reciente realización, y gracias a su iniciativa fue concluida la construcción del monasterio del Monte Carmelo de la Sociedad Regina Virginum.

El 15 de Agosto de 2009 el Santo Padre Benedicto XVI, cómo un reconocimiento a Mons. João Clá por toda la obra que hadesempeñado en favor de la Iglesia, entregó por manos del Cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, la medalla “Pro Ecclesia et Pontifice”, una de las honras más altas concedidas por el Santo Padre a aquellos que se distinguen por su actuación en favor de la Iglesia y del Romano Pontífice.

Para mayor información visite: http://www.joaocladias.org.br


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